EL VIAJERO CIENTÍFICO
Louis Antoine de Bougainville by Stefano Bianchetti en GETTY IMAGES |
La Historia del Viajero Científico aparece con la necesidad de abastecer especies de animales y plantas a los museos de historia natural y jardines botánicos ubicados principalmente en Europa, para poblar estos recintos, los siglos XVII y XVIII recurrieron a un relativo recién llegado el “viajero científico”. Uno de los grandes viajeros botánicos del siglo XVII fue Georg Eberhard Rumphius (1628-1702). Enviado en 1653 a la pequeña isla de Amboina, en la Molucas, por la Compañía Real Holandesas de las Indias Orientales, que estaba especialmente interesada en las especies locales, Rumphius describió unas 1700 formas vegetales en esa pequeña porción de tierra. El primer europeo que llevó a cabo colecciones botánicas en China (y cuyo herbario llegó felizmente a casa) fue James Cunningham, un médico enviado a la factoría inglesa de Amoy en 1698. Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708) no fue en absoluto un clasificador casero, puesto que recorrió España y Portugal y, después, a expensas del rey francés, Grecia, los países del mar Negro y Asia Menor. Su Relation d’un voyage du Levant se publicó en 1717.
Michel Adanson (1727-1806) escogió el caluroso, insalubre,
peligroso y casi desconocido Senegal, en África occidental, como base de sus
operaciones. Durante el estudio de los descubrimientos que había realizado para
la Compañía de las Indias durante un periodo de cuatro años, creó un sistema natural
de clasificación y desarrolló en forma primitiva la idea de la mutabilidad de
las especies. La enemistad de sus rivales retrasó por desgracia la aceptación
de la obra de este explorador, taxónomo, sistemático, filósofo y
enciclopedista. Pierre Sonnerat (1745-1814) viajó desde las islas de Bourbon y
Madagascar en el océano Índico a la India, Ceilán, las Molucas y China entre
1768 y 1778, y depositó una rica colección en el gabinete del rey francés.
Diversos discípulos de
Carl Lineé se unieron al caudal de viajeros: Olof Torén, Pehr Osbeck, Carl
Fredrik Adler y Christopher Tärnström recorrieron China o las Indias
orientales. Carl Peter Thunberg publicó una flora del Japón y pasó también tres
años recolectando en Sudáfrica. Andreas Berlin y Adam Afzelius realizaron
investigaciones en África occidental. Fredrik Hasselquist y Pehr Forsskal
estudiaron el Próximo oriente. Adreas Sparrman fue a Sudáfrica y más adelante
dio la vuelta al mundo tras unirse al segundo viaje del capitán James Cook en
1772-1775. En la primera de las expediciones de Cook (1768-1771) Daniel Karl
Solander asistió al famoso sir Joseph Banks. Daniel Rolander fue a Surinam, y
Pehr Kalm llevó a Norteamérica a la órbita linneana cuando recorrió, a expensas
de las universidades suecas, Pensilvania, Nueva Jersey, Nueva York y parte del
Canadá en 1748-1751, buscando plantas adaptables al clima sueco.
Las propias colonias inglesas dieron un número sorprendente
de botánicos aficionados: hombres como John Bartram (1699-1777), un granjero
que se convirtió, por dinero, en prodigioso recolector de plantas, inició un
jardín botánico privado en Filadelfia, era buscado por los viajeros de Europa,
y finalmente fue nombrado “Botánico del Rey en América”; Alexander Garden
(1730-1791), un médico de Carolina del Sur que mantuvo correspondencia con
Linné durante años, atreviéndose incluso a cuestionarle en 1771, y que llegó a
ser miembro de la Royal Society de Londres; y Cadwalader Colden (1688-1776),
teniente gobernador de Nueva York, que fue el primero en mostrarle las obras de
Linné al Dr. Garden, y cuyos propios descubrimientos de plantas se publicaron
en Suecia en 1743-1744. Destaca También John Clayton, médico (1685-1773), quien
envió plantas a John Frederick Gronovirus, de Leyden, para la Flora Virginica (1743), John Mitchell
(m.1768), otro médico de Virginia, envió semillas y plantas a Europa en la
década de 1740, y registró treinta nuevos géneros en un trabajo publicado por
la Royal Society. Humphry Marshall (1722-1801), quien había estado enviando
muchos ejemplares de Pensilvania a Inglaterra desde 1767, publicó el Arbustrum Americanum, ordenado conforme
a los principios lenneanos, en 1785: La primera obra botánica estrictamente
americana (escrita por un americano de origen e impresa en los Estados Unidos).
La nueva generación de Viajeros científicos penetro por
primera vez en Sudamérica en 1638, cuando la Compañía Holandesa de las indias
Occidentales envió a Georg Marcgrave (1610-1644) al norte de Brasil (entonces
bajo dominio holandés) como “astrónomo” e investigador de la geografía y la
historia natural. Willem Piso, médico del jefe de la expedición, el conde de
Nassau-Siegen, se hizo cargo de los estudios botánicos en todo lo relacionado
con la medicina. La muerte de Marcgrave en 1644, cuando estaba a punto de
regresar a casa, originó gran confusión, porque había escrito la mayor parte de
sus manuscritos en clave; al parecer sospechaba que Piso se los apropiaría como
suyos. La labor de descifrar las notas fue realizada por desgracia por un
hombre que sabía poco de historia natural. La Historia naturalis Brasiliae apareció en 1648 bajo la firma de Piso,
aunque es poco probable que tuviera mucho que ver con la publicación. Un
estudioso reciente de la obra de Marcgrave (Eugene W. Gudger) declara que si el
científico hubiera vivido hasta ver sus obras terminadas “nuestro conocimiento
de las cosas naturales de Brasil habrían sido más completo en el año 1650 de lo
que lo era en el año 1800”.
Uno de los más eminentes visitantes-naturalistas del Nuevo
Mundo fue Hans Sloane (1660-1753). Fue a Jamaica en 1687, con la función
habitual de médico (del duque de Albemarle), pero tenía también una excepcional
formación botánica. Sólo permaneció allí quince meses, pero recolectó unas
ochocientas nuevas especies de plantas, que publicó conforme al sistema de Ray
en 1696. La obra posterior de Sloane sobre las Antillas (1707-1725) es un
clásico de la botánica por su exactitud de definición, una ventaja que la hace
aún hoy útil para los estudiosos de la nomenclatura y clasificación de las
plantas de las Indias occidentales.
Jamaica continúo siendo observada al establecerse allí como
médico en 1746 Patrick Browne (1720-1790). Durante nueve años recolectó más de
un millar de especies. Todas bien definidas en su Civil and Natural History of Jamaica (Londres 1756). Entretanto,
Griffith Hughes, rector de la parroquia de St. Lucy, en Barbados, trabajaba en
su historia natural de dicha isla, que publicó en 1750. Sus descripciones se
consideran lo bastante precisas para la identificación de muchas especies, pero
su trabajo es el de un hombre que “no seguía las reglas de ningún sistema de
botánica”. Otro médico escoses William Houston, pasó cuatro años (1729-1733) en
Cuba, Veracruz, Campeche y especialmente Jamaica, desde donde enviaba
ejemplares y semillas a Philip Miller, quien las describió en su Gardeners Dictionary. Mark Catesby
(1679-1749) recolectó en las Bahamas, así como en carolina del Sur, Georgia y
Florida, desde 1722 hasta 1726, y sus suntuosas ilustraciones causaron
sensación entre diletantes y científicos por igual.
Si el gobierno inglés no proporcionaba ningún apoyo
financiero al estudio de las plantas –ni siquiera el “Botánico del Rey”, John
Bartram, recibía estimulo oficial alguno-, el francés en cambio empezó a
promover esta ciencia en 1689. En dicho año, Luis XIV envió a Joseph Donat
Surian (m. 1691) y a Charles Plumier (1646-1704) a Martinica y Haití específicamente
para estudiar las plantas. Surian preparaba el herbario y estudiaba las
propiedades medicinales, mientras Plumier, valiéndose de su talento tanto para
el dibujo como para la botánica, hacia las ilustraciones y descripciones. A su
vuelta a Francia, tras dieciocho meses, Surian fue repentinamente despedido y murió
poco después, y Plumier se convirtió en botaniste
du roi. Hizo su segundo viaje a las Antillas en 1696-1697, y en 1704 se dirigía
al Perú, para estudiar la corteza del árbol del que procede la quinina, cuando murió
inesperadamente en Cádiz.
Una “expedición” oficial francesa llegó finalmente al Peru y
Chile en 1709, en la persona del Padre Louis Feuillée, matemático del rey. Su
principal misión era determinar longitudes y cartografiar las costas de Sudamérica,
pero también pensó que sería “útil” adquirir más conocimientos acerca de la
variada flora y fauna de los países que recorría. Los círculos oficiales
españoles en América desconfiaban al principio del extranjero, pero con el tiempo
se llegó a ofrecer una cátedra de matemáticas en Lima, que había quedado
desierta a la muerte de Juan Ramón Koening.
La botánica era sólo un tema suplementario para Feuillée:
mientras trabajaba en un mapa de Lima a solicitud del virrey, robaba una hora
al día para dibujar “alguna planta o animal que me traía todas las tardes un
indio al que pagaba a ese fin, no teniendo tiempo de ir yo mismo en busca de
ellos” La naturaleza de la misión de Feuillée le impedía viajar mucho tierra
adentro. Así, su “Historia de las plantas medicinales mas empleadas en los
reinos de Sudamérica, Perú y Chile” tiene una extensión limitada (contiene
cincuenta láminas), pero constituye el primer estudio detallado de la vegetación
a lo largo de la costa del Pacifico.
Pisándole los talones a Feuillée se encontraba otro matemático
(e ingeniero), Amédée François Frézier, quien llevó a cabo de 1712 a 1714 en la
misma área parecidas funciones cartográficas (y, a sus propios ojos, con gran
habilidad). Mezcladas con sus mordaces comentarios acerca de la indolencia, disipación
y extravagancia de los habitantes locales hay diversas descripciones de
plantas, pero sólo cuatro láminas.
La amplitud de la promoción de la ciencia financiada por el
Estado francés alcanza su mejor exponente en la expedición de medición de la
Tierra de 1735. Los teóricos habían llegado ya a la conclusión de que la Tierra
no era una esfera perfecta, pero ¿estaba achatada por los polos o ligeramente
alargada? Para hallar la respuesta, la Académie des Sciences envió un grupo a
Laponia y otro a la región llamada hoy Ecuador. Al ser los primeros científicos
extranjeros que penetraban en el interior de la América española, los franceses
de la expedición ecuatorial no pudieron dejar de avivar la curiosidad intelectual
de los españoles. El rey de España, autorizó la expedición exigiendo a los académicos
franceses encabezados por Charles Marie de la Condamine, Pierre Bouguer y Louis
Godin que aceptaran como iguales la compañía de dos jóvenes oficiales de la
marina española, Jorge Juan (1713-1773) y Antonio de Ulloa (1716-1795).
En los años siguientes, tan sólo ha de hacerse breve mención de
unas pocas expediciones más financiadas por los estados. Nikolaus Joseph von
Jacquin (1727-1817), un holandés establecido en Viena, fue enviado por el
emperador Francisco I a las Antillas para recoger plantas y animales para los
recientemente creados jardines de Schönbrunn y para el museo de historia
natural. En los cuatro años desde 1755 a 1759, tocó numerosas islas e incluso
los territorios españoles de Cuba y Venezuela; en conjunto recogió 435
especies, en parte nuevas. Jean Baptiste Christophe Aublet (1720-1778), apenas
de vuelta de nueve años en la Ile de France (Mauricio) en el océano Indico,
adonde había sido enviado por el gobierno para estudiar la flora y establecer
un jardín botánico, partió para la Guayana Francesa en 1762. Allí, utilizando
el sistema linneano de clasificación, sentó las bases de la botánica en los
bosques tropicales de América, y durante dos años describió cuatrocientas
nuevas especies.
España, comenzando un nuevo despertar a las posibilidades y
la necesidad de la exploración botánica, entró en este campo en 1754. Se estaba
organizando una expedición para determinar los límites entre los territorios
españoles y portugueses en la Sudamérica septentrional. El gobierno español
decidió incluir una sección botánica que estudiaría primero las plantas de la región
del Orinoco (la actual Venezuela) y continuaría después a Bogotá, Quito. Lima,
Buenos Aires y Patagonia; un proyecto que tenía escasas perspectivas de
completarse en una escala tan gigantesca. Al frente de la botánica se
encontraba Pehr Löfling, un discípulo de Linné que había estado trabajando en
España. Pero Löfling murió en 1756, sus ayudantes eran demasiado inexpertos
para continuar, y los resultados científicos fueron desalentadores.
Finalmente, en los viajes de circunnavegación de Louis Antoine
de Bougainville y del capitán James Cook, como nunca antes, la ciencia se convirtió
en un fin de por sí, y no en juego por afición de aventureros profesionales.
Bougainville pretendía primero asegurarse la soberanía francesa
de las islas Malvinas, frente a las costas argentinas, y llevar acabo después extensas
exploraciones en el Pacifico. Llevó consigo en el viaje, que se inició en 1766,
al naturalista Philibert Commerson (1727-1773). Durante un viaje de tres años
hicieron escala en Rio de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, el estrecho de
Magallanes y numerosas islas del Pacifico. Commerson abandonó el buque en
Mauricio, donde pasó el resto de su vida. Aunque no publicó nada, su herbario
fue enviado a Paris, donde estudiosos posteriores constataron su valor. Como
primer botánico formado que visitó el territorio argentino. Commerson mereció
alguna atención en este punto, pero Bougainville perdurará mucho más tiempo en
la memoria por las lianas de brillantes flores rojas o violetas que llevan su
nombre, y embellecen tantas paredes en los trópicos.
El más famoso viajero de la segunda mitad del siglo XVII fue
el capitán Cook. Hizo su primer viaje de circunnavegación en 1768-1771 como
parte del proyecto internacional de observar el tránsito de Venus en 1969. Los
estudiosos de historia natural tuvieron un lugar prominente, aunque no a causa
de la generosidad del gobierno inglés. Más bien se hicieron realidad porque
Joseph Banks, cuya fortuna podía soportarlo, pagó sus propios gastos y los del discípulo
de Linné, Daniel Solander, y seis agregados más, para realizar los estudios.
Por desgracia, sus publicaciones de descubrimientos en Tahití, Nueva Zelanda y
Botany Bay estuvieron por debajo de lo esperado, pero Banks regresó para
convertirse probablemente en el botánico mas conocido del mundo, como director
de los Kew Gardens y de la Royal Society de Londres.
Cuando Cook proyectó un segundo viaje para 1772-1775, Banks se vio desplazado. Al parecer, la marina no deseaba su intromisión. Pero la causa de la historia natural fue defendida, curiosamente, por el propio Parlamento, que ofreció fondos para enviar al equipo de alemanes, padre e hijo, Johann R. y Johann G. Foster. Eran una pareja discutidora, e incluso grosera, pero sus subsiguientes publicaciones fueron importantes, entre ellas incidentalmente, unos estudios sobre las plantas del estrecho de Magallanes. El hijo parece haber tenido influencia en el comienzo de la memorable carrera de Alexander von Humboldt; pero esa es otra historia que escribiré más adelante.
Textos extraídos de los libros:
Flowers for the King; The expedition of Ruiz and Pavon and the Flora of Peru; autor Robert R. Steele, Nort Carolina 1964.
The Explorations of Captain James Cook in the Pacific as told by Selections of his own journals 1768-1779; autor A.Grenfell Price ed, New York 1971.