jueves, 6 de agosto de 2020

ECUADOR EN LA LISTA DE LOS EXPLORADORES DE QUININA


LA DECADENCIA DE SUDAMÉRICA COMO PROVEEDOR DE QUININA DEL MUNDO


Cinchona lanceifolia

En la región andina de Sudamérica en lo que hoy corresponde a Ecuador, Perú y Bolivia se encontraban abundantes árboles que los indígenas de la zona utilizaban para aliviar sus calenturas y otras dolencias, a este árbol se lo conocía en la región con el nombre de cascarilla; en la época de la colonia se lo denominó corteza del Perú, cinchona, quina, quinquina, quinaquina y otras variantes, es en 1820 que se apodera del termino quinina cuando se aisló la quinina uno de los dos alcaloides presente en la corteza del árbol.

Los árboles de la quinina fueron víctimas durante muchos años de disputas religiosas, los jesuitas asentados en el Virreinato de Perú tenían identificado los lugares donde crecían estos árboles, pero desconocían que algunos de ellos eran especies y variedades diferentes. La quina llegó a Europa como medicamento (bálsamo del Perú) y ante el hermetismo de los curanderos que comercializaban su “cura secreta” los científicos de la época no sabía con seguridad si la fuente realmente era un árbol. En 1635 el jesuita Bernabé Cobo relataba en su Historia del Nuevo Mundo que los indígenas utilizaban la corteza molida de un árbol que crece entre las poblaciones de Zaruma y Loja para calmar las altas temperaturas, los jesuitas fueron los primeros en promover su empleo medicinal en el mundo occidental.

En 1652 el archiduque Leopoldo de Austria no consiguió curarse y alzó su cólera contra el medicamento, uno de sus principales partidarios en una campaña de despecho fue el célebre catedrático de medicina de la Universidad de Lovaina, Vopiscus Plempius. Lovaina era el centro del jansenismo, y la diatriba contra la quinina se perdió en medio de la gran disputa entre jesuitas y jansenitas sobre la predestinación frente al libre albedrío. La oportunidad de modificar la opinión pública no surgió hasta después de que un curandero inglés, Robert Talbor, alcanzase un éxito fenomenal con una “pócima secreta” para las fiebres periódicas, se convirtiera en medico de Carlos II, y hubiera vendido su secreto a Luis XIV de Francia con la condición de que no se publicaría hasta después de la muerte de Talbor. Este murió en 1681, y se reveló su misterioso remedio: la “quinquina” mezclada con un vino diferente cada vez para disfrazar la identidad de la medicina. Tras la publicación en 1711 del primer tratado completo acerca de sus propiedades medicinales por el italiana Francesco Torti, que introdujo en el lenguaje la palabra “malaria” y aclaró que la quinina no tenía valor contra otros tipos de fiebre, fue imposible atajar la avalancha de libros en defensa de la “corteza peruana”. Evidentemente, en aquella época hacía falta más información para comprobar las múltiples bondades medicinales que se le atribuían a esta planta.

Cuando en 1736 la Misión Geodésica Francesa llegó al Virreinato de Perú y se estableció en la Audiencia de Quito (Ecuador), uno de sus integrantes Charles-Marie de La Condamine realizó un estudio superficial de la planta, que había visto en Loja en 1737, camino a Lima (Perú). La Académie des Sciences publicó una descripción el año siguiente, y Linné nombró al árbol Cinchona (en honor al virrey del Perú 1629-1639, el conde de Chichón, cuya esposa se consideraba la primera persona curada por la quina, aunque la historia ha sido desmentida muchas veces desde entonces). La Condamine intentó llevar arbolillos vivos a Francia en 1743, pero fracasó cuando una ola los barrió de su canoa en la desembocadura del Amazonas. Las semillas que llevó a Cayena no germinaron, y los conocimientos del mundo continuaron basándose en la descripción incompleta de este botánico aficionado.

El geodésico francés, sin embargo, prometió un informe más completo acerca de la quina, a cargo de Joseph De Jussieu, agregado de su expedición. Este médico y miembro de la famosa dinastía botánica de los De Jussieu (Antoine, Bernard) había ido efectivamente a América para realizar investigaciones botánicas. Y, en efecto, estudió los bosques de quinos, aunque al parecer no antes que La Condamine. Las colecciones llevadas a cabo por De Jussieu en 1739 en Zaruma de “gran número de ejemplares” llegaron finalmente a Paris. De Jussieu observó diferentes especies, determinó sus “virtudes” relativas, descubrió métodos engañosos y antieconómicos de recolección, y preparó cierta cantidad de “extracto” de quina, que esperaba fuese más eficaz que el fabricado a partir de la corteza en Francia.

Otros naturalistas como: José Celestino Mutis, Hipólito Ruiz, continuaron estudiando las diferentes especies y variedades de quina que crecían en diferentes zonas climáticas del Virreinato de Perú; sin embargo, los quinos (cascarilla fina de Loja y cascarilla colorada) que mayor interés medicinal tenían eran los que crecían en los territorios de la Audiencia de Quito. La Cinchona colorada, que se encontró en la Audiencia de Quito en 1785-1786, constituye un buen ejemplo de la economía del comercio de la quina. Los recolectores que la trajeron por primera vez a Guayaquil tenían poca confianza en sus virtudes, y la vendieron casi regalada, y los comerciantes que la llevaron de allí a Lima estaban igualmente dudosos. Pero cuando algunos cajones llegaron a Cádiz, no había casualmente ningún escéptico presente, y los comerciantes ingleses pagaron el buen precio de sesenta reales de vellón por libra. Cuando esa noticia llegó a los mercaderes de Guayaquil y Lima, se apresuraron a obtener más Cinchona colorada; ahora rivalizaba con la Cinchona fina de Loja, aun a los ojos de algunos médicos españoles. En 1802 Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland durante su llegada a la Audiencia de Quito continuaron recolectando quina, Humboldt comparó sus propios ejemplares con los de La Condamine recogidos en el mismo lugar sesenta años más tardes.

Tiempo después en 1834 el gobierno francés envió a dos científicos a Bolivia para estudiar los quinos. Uno de ellos, H. W. Weddell, además de publicar la Histoire naturelle des quinquinas en 1849, y dar a conocer la Cinchona calisaya, llevó algunas semillas de calisaya a Francia e Inglaterra. De ellas se entregó una planta joven al gobierno holandés, que se trasplantó con éxito en Java. Despertando su entusiasmo, las autoridades holandesas enviaron al superintendente del jardín botánico de Java, Justus Charles Hasskarl, a Bolivia en 1852, bajo el seudónimo de J. D. Müller. El holandés consiguió reunir con cautela al menos cuatrocientas plantitas de calisaya en la tierra de nadie de Carabaya, a lo largo de la frontera entre Perú y Bolivia. Empaquetándolas en balas pequeñas parecidas a las de lana, las llevó a la costa y las embarcó en una fragata holandesa que había sido puesta a su disposición, en la cual partió para Java. Sin embargo, no sólo murieron la mayoría de los árboles en el camino, sino que además Hasskarl sabía poco de quinos. Eligió el lugar indebido para una plantación y en 1856 había perdido su empleo. Aunque su sucesor pudo trasplantar los árboles, y crió un millón más hasta 1860 a partir de semillas traídas por Hasskarl, muy pocos resultaron ser calisaya, y de hecho apenas había en ellos algo de quinina. Los mejores ejemplares eran vástagos del árbol de Weddell, pero estos no eran robustos y solo tenían la mitad del contenido de quinina de la verdadera corteza boliviana de calisaya. Los plantadores particulares no tenían interés en los quinos, y nada tiene de extraño: el café, el té y el azúcar ocupaban su atención.

A continuación, le llegó a Inglaterra el turno de hacer experimentos. Los ingleses hicieron un intento directo pidiendo a sus cónsules sudamericanos en 1852 que consiguieran plantas y semillas, pero sólo Ecuador lo hizo así, y ninguna de las plantas sobrevivió. Como consecuencia en 1859 Claments Markham, que después sería nombrado Sir y conocido como historiador y hombre de letras, dirigió una expedición a Bolivia. No se le permitió penetrar en el país, y se conformó con ejemplares de Carabaya, como había hecho Hasskarl, y tuvo también que eludir a las autoridades locales en un agotador y frio viaje cruzando las montañas hasta la costa. Pero el gobierno inglés, a diferencia del holandés, no le dio a Markham una nave, y cuando logró llegar con las plantas a la India, todas excepto dos de las 237 calisayas habían perecido.

Inglaterra, sin embargo, no puso toda su confianza en la corteza de calisaya. Un tal Mr. Pritchett trabajó activamente en los antiguos territorios de Ruiz y Pavón en 1861, talando árboles para recoger semillas y recolectando plantas jóvenes de tres especies peruanas. Las semillas germinaron al fin en los jardines botánicos de Kew, Jamaica y Ceilán, pero eran deficientes en contenido de quinina. Los ingleses se convencieron de que su mejor esperanza era la quina roja (C. succirubra) del Ecuador. Poco antes de la llegada de Markham, el gobierno contrató al botánico independiente Richard Spruce, que había estado recolectando ejemplares de plantas sudamericanas durante una década, para que hiciese el arduo viaje al Ecuador para proporcionarle a Markham árboles y semillas. Aunque Spruce quedó paralítico, tuvo éxito, y al cabo de cinco años crecían en el sur de la India y en Ceilán cerca de un millón de árboles de la rústica especie roja. Inglaterra pudo incluso proporcionar arboles a la vacilante industria de Java. Las halagüeñas perspectivas se veían empañadas, sin embargo, por el innegable hecho de que la quina roja, como las especies peruanas, producían menos quinina que la delicada calisaya. Era no obstante útil si se administraba en dosis mayores que la calisaya, y de hecho era más fácil de elaborar. Su futuro como una “quinina de pobre” animó por tanto al gobierno inglés a establecer una factoría en Madrás, a iniciar plantaciones en diversas partes del Imperio, y a proporcionar semillas a otras potencias coloniales europeas.

Entretanto, la parte más espectacular de la historia empezaba a desarrollarse en Sudamérica. Charles Ledger había sido allí comerciante en lana de alpaca y corteza de quina desde 1836. De cuando en cuando intentaba encontrar la verdadera calisaya, con la ayuda de un fiel criado indio. Manuel Incra Mamani, pero sin éxito. De hecho, en dos ocasiones un colaborador fue asesinado, el segundo mientras intentaba conseguir semillas para venderle a Markham. Entonces, en 1865, Manuel apareció en Tacna después de un peligroso y secreto viaje de mil trescientos kilómetros, llevando ocho kilos de semilla de ejemplares destacados de calisaya. Cuando el criado regresó a Bolivia fue torturado y murió, pero Ledger envió las semillas a su hermano George en Londres. Como George no pudo interesar al gobierno inglés para que las comprase, recurrió a los holandeses. Al fin aceptaron medio kilo como prueba, y George malvendió el resto a un escéptico plantador de quinos de la India que estaba de vacaciones llamado Mr. Money. Consiguió endosárselo a la British Indian Chinchona Plantation, pero de algún modo las semillas en manos inglesas no llegaron a germinar.

Por fortuna, sin embargo, una pequeña parte del medio kilo adquirido por los holandeses germinó para producir 20000 plantas. En 1872 un químico holandés descubrió que la corteza era más rica en quinina que ninguna de las conocidas hasta entonces, rindiendo de tres a cuatro veces el contenido de la corteza americana típica. Con el tiempo se descubrió como una nueva especie, Cinchona ledgeriana, próxima a C. calisaya. Para evitar que C. ledgeriana se hibridase y estropease por proximidad a otra especie, el gobierno holandés la aisló y gradualmente se deshizo de las demás especies. Con el éxito al fin próximo, y un precio de C. ledgeriana casi seis veces superior al de la roja, los plantadores particulares empezaron a hacerse cargo del cultivo, aunque el gobierno mantuvo el control de la semilla. C. ledgeriana resultó ser un árbol difícil de cultivar, y en la India fue un fracaso. Pero las condiciones eran excelentes en Java; Ámsterdam se convirtió en la capital de la quinina; las exportaciones de Sudamérica descendieron desde nueve millones de kilo en 1881 hasta dos millones en 1884; los plantadores ingleses de la India sustituyeron buena parte de sus quinos por té.

El resto es una complicada historia de un monopolio internacional (llamado finalmente Kina Bureau), precios manipulados y producción limitada. Incluso la mayor parte de los productores sudamericanos quedaron bajo la autoridad del Bureau, excepto algunas extensiones reservadas en el Perú por una compañía rival japonesa con bajos precios, que al fin perdió sus propiedades en 1937. Estados Unidos intentó promover en distintas ocasiones la producción de quina en Haití, Guatemala, Puerto Rico, las Filipinas y Costa Rica. Durante la Segunda Guerra Mundial, hasta que se comprobó la eficacia del sucedáneo sintético, la atabrina, las misiones estadounidenses recorrían Ecuador, Colombia, Perú y Bolivia en busca de corteza.

En 1944 dos químicos americanos consiguieron la síntesis artificial de la quinina, pero el proceso era demasiado caro para que se pudiese producir la droga a escala comercial. Sin embargo, se habían descubiertos otros productos sintéticos, además de la atabrina, tan eficaces contra la malaria como la quinina. La Organización Mundial de la Salud se encuentra actualmente desarrollando un programa para erradiar la malaria en el mundo para 1968, a través de altas campañas de fumigación financiadas por los gobiernos de la áreas infectadas. En tales circunstancias, la quinina y los productos sintéticos se consideran de más valor en las etapas finales del programa, para eliminar los últimos focos restantes de infección.


Texto extraído del libro: Flowers Flora of Peru; autor Robert R. Steele,Nort Carolina 1964.

jueves, 16 de julio de 2020

LA FORMACIÓN DE UN VERDADERO NATURALISTA

EDWARD O. WILSON: LA FORMACIÓN DE UN NATURALISTA



Parte inferior del cráneo de un Hylochoerus meinertzhageni


El camino hacia la naturaleza comienza en la infancia y por esa razón lo ideal es presentar la ciencia biológica al ser humano en sus primeros años de vida. Todos los niños son naturalistas exploradores incipientes. El espíritu de los cazadores, los recolectores, los exploradores, los buscadores de tesoros, los geógrafos y los descubridores de mundos nuevos está presente en el corazón del niño, tal vez en forma rudimentaria, pero siempre ansioso por expresarse. Desde tiempos inmemoriales, los niños se criaron en contacto íntimo con los ambientes naturales. La supervivencia de la tribu dependía de un conocimiento íntimo, táctil, de las plantas y los animales silvestres.

Más tarde después de millones de años de existencias en esas condiciones, apareció la agricultura, revolución que arrancó a la mayoría de los individuos del hábitat en que habían evolucionado sus antepasados. Los hombres alcanzaron así una mayor densidad de población, al precio de quedar encadenados a entornos muchos más simples. Así, pasaron a depender de un número mucho más reducido de especies vegetales y animales que solo podían cultivarse en un ambiente empobrecido biológicamente por la labranza reiterada. A medida que poblaciones cada vez más numerosas cuyo sustento era el excedente agrícola emigraban hacia aldeas y ciudades, los hombres se alojaron cada vez más en su medio ambiente ancestral. Hoy en día, la mayor parte de la humanidad habita en un mundo artificial. En gran medida, hemos olvidado la cuna y la morada primigenia de nuestra especie.

No obstante, alientan todavía en nosotros los instintos ancestrales que se expresan en las artes, los mitos y la religión, en los jardines y en los parques, y en deportes como la caza y la pesca, tan extraño cuando uno se detiene a pensar en ellos. Los estadounidenses se dedican más tiempos a los zoológicos que a los acontecimientos deportivos y mucho más aun a deambular por las reservas silvestres y los parques nacionales, cada vez más concurridos. Las actividades recreativas que se desarrollan en los bosques nacionales y las reservas naturales –es decir en las zonas de ellas que no han sido aún taladas- generan mucha riqueza y aportan más de 20.000 millones de dólares anuales al producto interno. Las imágenes de la naturaleza silvestre abundan en la televisión y en las películas que se ven en el mundo industrializado. Tener una casa de fin de semana, por lo general en un ambiente pastoral o natural, es un signo de riqueza pero también un refugio donde se puede alcanzar cierta paz espiritual y retornar a algo perdido pero no olvidado. La observación de aves se ha transformado en un hobby sumamente importante y en una industria sólida.

La profesión de naturalista no es una actividad sino un honroso estado espiritual. Entre los héroes de nuestro país, están los que lograron expresar su valor y protegieron la naturaleza: John James Audobon, Henry David Thoreau, John Muir, Theodore Roosevelt, William Beebe, Aldo Leopold, Rachel Carson, Roger Tory Peterson. En todo el mundo, en las culturas que aún están cerca de la naturaleza se aprecia el talento para la historia natural. Los que dependen de la caza o la pesca artesanal y practican la agricultura para su exclusivo sustento apuestan la vida a conocer bien la naturaleza. El psicólogo cognitivista Howard Gardner ha dicho que esa actitud para conocer la naturaleza se encuentra entre las ocho categorías principales de la inteligencia:

El naturalista innato demuestra idoneidad para reconocer y clasificar las numerosas especies –la fauna y la flora- propia de su medio ambiente. En todas las culturas se tiene en gran estima a la gente que, además de saber identificar a los individuos de especies valiosas o especialmente dañinas, es capaz de catalogar organismos nuevos o poco conocidos. En las culturas que carecen de una ciencia formal, el naturalista es la persona más diestra en la aplicación de las “taxonomías vulgares” sancionadas por el uso; en las culturas que tienen orientación científica, el naturalista es el biólogo que reconoce y clasifica especímenes conforme a las taxonomías formales aceptadas.

Las actitudes cognitivas del naturalista de talento se manifiestan también de muchas otras maneras, incluso en las actividades prácticas de las sociedades industrializadas. “El niño que puede discriminar fácilmente plantas o aves o dinosaurios –observa Gardner- hace uso de esas mismas aptitudes (o del mismo tiempo de inteligencia) para clasificar zapatillas, autos, sistemas de audios o canicas”, y agrega: “es posible que el talento de los artistas, poetas, sociólogos y naturalistas para reconocer perfiles y patrones que se repiten se fundamenten en las aptitudes perceptivas esenciales de la inteligencia propia del naturalista espontaneo”.

Dije ya que la biofilia, esa atracción innata por el mundo natural, aportó a los individuos y a las tribus una ventaja adaptativa en la historia de la evolución. En la actualidad, la historia natural retorna al seno de la biología y conseguirá ampliar sus fundamentos para transformarla en una ciencia más orientada hacia el hombre y más humana.

¿Cuál es la mejor manera de cultivar esa innata inteligencia de naturalista en todos los niños? ¿Y cuál es el método para fomentar la excelencia entre los que demuestran talento para la historia natural? Son interrogantes que no han despertado demasiado interés entre los psicólogos que se dedican a la investigación. Me permitiré recurrir de nuevo a mi experiencia personal y a lo que he aprendido hablando a lo largo de años con padres, maestros y niños.

La mente del niño se vuelca hacia la naturaleza viviente desde muy temprano. Si se la estimula, despliega sus alas, y el vínculo con la vida en general se afianza. El cerebro está programado para aprender; según los psicólogos, los seres humanos están preparados en forma innata para el aprendizaje:  Todos recordamos con facilidad y placer algunas experiencias. Al mismo tiempo, estamos predispuesto a evitar el aprendizaje de ciertas experiencias o, en último caso, a aceptarlas y evitarlas luego. Por ejemplo, nos atraen las mariposas pero sentimos rechazo por la arañas y las víboras.

La lógica biológica y evolutiva de esa aptitud sesgada para aprender es muy simple: los indicios que anuncian la presencia de elementos del medio ambiente sanos y productivos refuerzan genéticamente una respuesta positiva, de modo que no es necesario enseñarlos ni repetirlos; análogamente, los indicios que anuncian peligro refuerzan una respuesta negativa.

Tengo varias sugerencias comprobadas a lo largo del tiempo para los padres y los maestros que quieren cultivar las aptitudes de naturalista de un niño. Hay que comenzar temprano: el niño está preparado ya. Ábranle las puertas de la naturaleza, pero no lo empujen para que las atraviese. Piensen que el niño es un cazador-recolector y bríndenle ocasión de explorar al aire libre y observar en los zoológicos y museos. Permítanle indagar, solo o en grupos pequeños de mentalidad afín a la suya. Dejen que perturbe un poco a la naturaleza, sin vigilarlo y sin orientarlo. Consíganle guías de campo, binoculares e, incluso, microscopios. Si es posible en la casa, o en la escuela por lo menos. Acicateen su iniciativa y elógienla. Cuando llegue a la adolescencia, permítanle emprender aventuras con otros, viajar a zonas silvestre o al extranjero según se presenten las oportunidades y la economía familiar lo permita. Dejen que aprenda todo con su propio ritmo. Si lo hacen, puede suceder que el joven decida luego dedicarse al derecho, al marketing, o a las fuerzas armadas, pero seguirá siendo un naturalista toda la vida y lo agradecerá.

Espero que estas recomendaciones hayan dejado en claro que transformarse en naturalista no es lo mismo que estudiar algebra o un idioma extranjero. Sería un grave error pretender presentarle la naturaleza a un niño llevándolo a un parque o a un vivero donde cada especie de árbol o de arbusto lleva una etiqueta con su nombre. El niño es un salvaje en el mejor sentido de esta palabra: necesita palpitar con cada descubrimiento, hacer muchas travesuras y aprender todo lo que pueda por su cuenta.

También se pueden intentar otras cosas, como comprar un pequeño microscopio compuesto. Los hay ahora no más caros que una patineta o un pasaje a Disney World. Sugiérale que observe gotas de agua de una laguna a las cuales se hayan agregado con un gotero plantas acuáticas o algas. No le indiquen que debe buscar, limítense a decirle que será algo distinto de lo que vio hasta entonces. Así, el niño podrá ver lo mismo que sorprendió a Robert Hooke, Antony van Leeuwenhoek y Jan Swammerdam, primeros microscopistas del siglo XVII: un Jurassic Park en miniatura, habitado por rotíferos traslucidos que cambian continuamente de forma, reptan entre los detritus, contraen y extienden cilias que parecen cabellos para crear corrientes de agua circulare; un mundo en que los protozoos avanzan como flechas y giran en el agua, chocando con los obstáculos que encuentran como borrachos; un universo de cristalinas diatomeas, y mucho más, infinitamente más podría decir.

Tuve esa experiencia a los 8 años. Mis padres me regalaron un microscopio, no recuerdo por qué, ni importa saberlo. Allí encontré un mundo propio, un universo agreste y sin ataduras, sin plásticos ni maestros ni libros, sin nada que fuera previsible. Al principio no sabía los nombres de los moradores del agua ni qué estaban haciendo. Tampoco lo sabían los primeros hombres de ciencia que miraron por un microscopio. Como ellos, aprendí a graduar la óptica para observar objetos del tamaño de una mariposa, o de otros tamaños. Jamás pensé en lo que hacía en esos términos, pero era ciencia pura. De mí se puede decir lo mismo que de cualquier otro niño en condiciones similares y lo que dijo Leeuwenhoek de sí mismo: que no había emprendido su trabajo “para ganarme los elogios de que ahora disfruto sino por mi avidez de conocimientos, afán que, según observo, tengo en mayor medida que la mayoría de los hombres”.

La sed de conocimientos puede acicatearse siguiendo, los arquetipos que gobiernan el desarrollo de la mente. Entre los 8 y 12 años de edad, muchos niños eligen lugares secretos para esconderse. Lo ideal son las cuevas o los edificios abandonados pero, de hecho, cualquier lugar apartado que garantice intimidad puede cumplir la misma función. Se puede construir un refugio con maderas de árboles jóvenes (cosa que yo hice, con mala suerte de que el arbusto elegido era un roble venenoso), “trozos de madera, leños abandonados entre los rescoldos y otros materiales improvisados. Una casa construida en un árbol es ideal porque brinda máxima intimidad y protección. Los bosques, incluso bosquecillos secundarios, son una opción lógica en estos casos. En ese lugar secreto, el niño –acompañado tal vez por un par de amigos- colecciona revistas, lee, habla hasta por los codos y observa el terreno circundante.

Los niños son cazadores de tesoros y coleccionistas innatos. Si se les da acceso a un ámbito natural, es probable que empiecen buscando rocas (“piedras preciosas”), reuniendo especímenes de mariposas y otros insectos, y dando albergue a animales pequeños de todo tipo. Es una actividad que merece aliento. No debemos tener una actitud aprensiva. Los sapos, las víboras (las que no son venenosas) y los pececitos de agua dulce son magníficos. Después de poner a prueba el límite de tolerancia de mis padres trayendo a casa unas víboras, di albergue a unas viudas negras a las que alimentaba con moscas y cucarachas. Las colonias de hormigas alojadas en nidos artificiales son estupendas en todo sentido: las obreras se ajetrean día y noche y pronto convierten un montón de tierra en su casa y de ahí parten para buscar alimento, marcando el camino con un rastro de olor invisible. Las hormigas tienen un efecto sedante, como los peces de los acuarios, y son un excelente material científico para la escuela.

Para producir un efecto enorme en poco tiempo, recomiendo llevar al niño a la playa y proponerle que haga una colección de las criaturas que vaya encontrando. En las zonas pobladas y en las playas muy concurridas, se puede usar cámara digital para todos los animales que sean muy pequeños o recoger todo lo que se encuentra para devolverlo al mar. En las playas de arena, entre las algas marinas arrastradas por el mar, se esconden legiones de diminutos insectos, crustáceos y moluscos bivalvos; animales misteriosos o fragmento de ellos llegan a la costa desde aguas más profundas. En los charcos que se forman entre las rocas de otros tipos de playa habitan infinidades de pequeños crustáceos, caracoles, anémonas de mar, erizos y estrellas de mar, además de otros animales menos conocidos propios de las aguas marinas poco profundas. Al cabo de un tiempo, recomiendo al adulto abrir una guía y ayudar al niño a descubrir los nombres de los animales que ha encontrado. Si además tiene a mano un pequeño microscopio compuesto, sugiérale que observe algunas gotas de agua tomada de los charcos de algas y de las rocas. De ese modo, abrirá otra ventana a la biodiversidad.

Al niño que se une a un grupo de observadores de aves le guardan aventuras de otro tenor. Pese a la edad que tengo, la miopía y mi profesión de entomólogo, me estremezco todavía cuando veo águilas, grullas e ibis. No hace mucho, mientras recorría en un esquife las aguas del río Pascagoula, en Mississippi, me sentí transportado cuando vislumbré unos diez barriletes que parecían golondrinas por su cola y daban vueltas sobre mí o se lanzaban en picadas para beber unos traguitos en el río.

En ese ámbito, entre los observadores de aves, todos ellos naturalistas con amor por la aventura, el niño puede hallar verdaderos ejemplos. Hay algunos solitarios excéntricos entre ellos, pero también médicos, pastores, plomeros, ejecutivos de empresas, oficiales de las fuerzas armadas, ingenieros y miembros de casi todos los gremios y profesiones. Los une una pasión común. Mientras están en el campo al menos, son los individuos más agradables y fervorosos que he conocido en mi vida.

Lleve al niño al zoológico, pero con algún objetivo. No se limite a vagabundear pasivamente entre los ejemplares expuestos: elija uno para estudiarlo más de cerca. Los reptiles siempre son una atracción como los grandes mamíferos, pero también suscitan interés en el niño las más diminutas de las criaturas. Hace bastantes años que en el Parque Zoológico de Washington, la mayor atracción es la colección de insectos. Desde su inauguración en 1987, el lugar más concurrido ha sido la Mesa de Suelos, largo cajón relleno con tierra y un lecho de hojas de los bosques de alrededor. Los visitantes –en su mayoría niños y niñas- exploran ese mundo en miniatura para ver los innumerables insectos y pequeños invertebrados que viven en su interior. Se les permite rastrillar y levantar material a fin de exponer los animales a la vista e identificarlos como si fueran entomólogos en su trabajo de campo.

Una visita a un acuario puede tener efectos similares. A toda la gente, incluso a los niños, les encantan los tiburones tanto como los dinosaurios, con la ventaja de que los tiburones están vivos. También impresiona el esplendor de un arrecife de coral reconstruido, con la enorme diversidad de formas de vida que lo caracteriza y que pueden abarcarse de una sola mirada. Es recomendable el jardín botánico, en el cual se puede visitar una selva aluvial simulada y empaparse de su grandeza. Otra fuente de interés son las exposiciones de orquídeas, que se pueden recorrer como una galería de arte en la cual se exhiben las plantas con flores más diversas de la tierra y, según algunos, las más bellas.

La alegría de aprender surge de la libertad para explorar. El deseo de más conocimiento nace del conocimiento adquirido por iniciativa propia. La confianza en sí mismo de cada niño se apoya en el conocimiento del novedoso y bello mundo que lo aguarda. La formación de un naturalista se parece a la de un músico o un atleta: excelencia para los que tienen talento, placer duradero para el resto y beneficios para toda la humanidad.

Texto extraído del libro: The creation. An appeal to save life on Earth; autor Edward O. Wilson, New York 2006.

viernes, 24 de abril de 2020

RIOBAMBA

LA HERMOSA CIUDAD DE RIOBAMBA



El topónimo que designa la ciudad esta formado por la combinación de "río" y bamba "valle" en Kichwa. este nombre compuesto es indicativo de la topografía de la zona y de su rica mezcla de culturas. Riobamba posee una fuerte presencia indígena, que crece hasta dimensiones enormemente variopintas durante el mercado del sábado. Pero el trazado de la ciudad, las grandes plazas porticadas y la arquitectura evocan con su grandiosidad la colonización española.

Los puruhaes fueron los primeros pobladores de la zona, que fue conquistadas por los incas pero antes de la llegada de los españoles. En 1534 estos fundaron la ciudad de Riobamba a un trecha de la prehispánica Cajabamba (17 km al sur por la Panamericana), pero en 1797 un enorme corrimiento de tierras la destruyó y sus habitantes se trasladaron a su ubicación actual. La emancipación ecuatoriana de España se concretó oficialmente en Riobamba con la firma de la primera Constitución nacional en 1830.

jueves, 23 de abril de 2020

VOLCÁN CHIMBORAZO



REFUGIO EDWARD WHYNPER



Llamado "taita" (papá) por los indígenas de la zona, el volcán Chimborazo (6310m) es la montaña mas alta del país, un coloso que culmina en un enorme glaciar. Debido a la protuberancia ecuatorial del planeta, Chimborazo es el punto terrestre mas alejado del centro de la tierra y el mas próximo a las estrellas. Con su compañero menor y mas escarpado, el volcán Cairahuazo (5020m), al noreste, y el valle del río Mocha entre ambos, componen una región remota, incluso desolada, poblada únicamente por algunas comunidades indígenas. La ladera oeste del Chimborazo es conocida como Arenal, y es tan árida que hay quien la compara con el altiplano boliviano.

El Chimborazo y el Cairahuazo están integrados en la Reserva de Producción Faunística Chimborazo. se le llama así porque habitan cientos de vicuñas (parientes salvajes de la llama), que tras quedar extinguida en Ecuador a causa de la caza fueron reintroducidas desde Chile y Bolivia en la década de 1980. Actualmente la población esta en crecimiento y es fácil distinguir sus elegantes siluetas entre las nieblas desde el autobús al efectuar la ruta entre Guaranda y Riobamba, así como verlas curioseando si se explora el parque.

La ascensión al Chimborazo o al Cairahuazo es una aventura apta solo para alpinistas bien aclimatados y experimentados con equipos de nieve y hielo (contáctese con algún guía recomendado en las secciones de Riobamba o Quito). Desde Riobamaba se puede organizar una excursión de un día al refugio Whymper de Chimborazo a 5000m. 
De noche ´pueden alcanzarse temperaturas extremas. De julio a septiembre y diciembre son los meses mas secos en la región, pero también los mas fríos.