jueves, 6 de agosto de 2020

ECUADOR EN LA LISTA DE LOS EXPLORADORES DE QUININA


LA DECADENCIA DE SUDAMÉRICA COMO PROVEEDOR DE QUININA DEL MUNDO


Cinchona lanceifolia

En la región andina de Sudamérica en lo que hoy corresponde a Ecuador, Perú y Bolivia se encontraban abundantes árboles que los indígenas de la zona utilizaban para aliviar sus calenturas y otras dolencias, a este árbol se lo conocía en la región con el nombre de cascarilla; en la época de la colonia se lo denominó corteza del Perú, cinchona, quina, quinquina, quinaquina y otras variantes, es en 1820 que se apodera del termino quinina cuando se aisló la quinina uno de los dos alcaloides presente en la corteza del árbol.

Los árboles de la quinina fueron víctimas durante muchos años de disputas religiosas, los jesuitas asentados en el Virreinato de Perú tenían identificado los lugares donde crecían estos árboles, pero desconocían que algunos de ellos eran especies y variedades diferentes. La quina llegó a Europa como medicamento (bálsamo del Perú) y ante el hermetismo de los curanderos que comercializaban su “cura secreta” los científicos de la época no sabía con seguridad si la fuente realmente era un árbol. En 1635 el jesuita Bernabé Cobo relataba en su Historia del Nuevo Mundo que los indígenas utilizaban la corteza molida de un árbol que crece entre las poblaciones de Zaruma y Loja para calmar las altas temperaturas, los jesuitas fueron los primeros en promover su empleo medicinal en el mundo occidental.

En 1652 el archiduque Leopoldo de Austria no consiguió curarse y alzó su cólera contra el medicamento, uno de sus principales partidarios en una campaña de despecho fue el célebre catedrático de medicina de la Universidad de Lovaina, Vopiscus Plempius. Lovaina era el centro del jansenismo, y la diatriba contra la quinina se perdió en medio de la gran disputa entre jesuitas y jansenitas sobre la predestinación frente al libre albedrío. La oportunidad de modificar la opinión pública no surgió hasta después de que un curandero inglés, Robert Talbor, alcanzase un éxito fenomenal con una “pócima secreta” para las fiebres periódicas, se convirtiera en medico de Carlos II, y hubiera vendido su secreto a Luis XIV de Francia con la condición de que no se publicaría hasta después de la muerte de Talbor. Este murió en 1681, y se reveló su misterioso remedio: la “quinquina” mezclada con un vino diferente cada vez para disfrazar la identidad de la medicina. Tras la publicación en 1711 del primer tratado completo acerca de sus propiedades medicinales por el italiana Francesco Torti, que introdujo en el lenguaje la palabra “malaria” y aclaró que la quinina no tenía valor contra otros tipos de fiebre, fue imposible atajar la avalancha de libros en defensa de la “corteza peruana”. Evidentemente, en aquella época hacía falta más información para comprobar las múltiples bondades medicinales que se le atribuían a esta planta.

Cuando en 1736 la Misión Geodésica Francesa llegó al Virreinato de Perú y se estableció en la Audiencia de Quito (Ecuador), uno de sus integrantes Charles-Marie de La Condamine realizó un estudio superficial de la planta, que había visto en Loja en 1737, camino a Lima (Perú). La Académie des Sciences publicó una descripción el año siguiente, y Linné nombró al árbol Cinchona (en honor al virrey del Perú 1629-1639, el conde de Chichón, cuya esposa se consideraba la primera persona curada por la quina, aunque la historia ha sido desmentida muchas veces desde entonces). La Condamine intentó llevar arbolillos vivos a Francia en 1743, pero fracasó cuando una ola los barrió de su canoa en la desembocadura del Amazonas. Las semillas que llevó a Cayena no germinaron, y los conocimientos del mundo continuaron basándose en la descripción incompleta de este botánico aficionado.

El geodésico francés, sin embargo, prometió un informe más completo acerca de la quina, a cargo de Joseph De Jussieu, agregado de su expedición. Este médico y miembro de la famosa dinastía botánica de los De Jussieu (Antoine, Bernard) había ido efectivamente a América para realizar investigaciones botánicas. Y, en efecto, estudió los bosques de quinos, aunque al parecer no antes que La Condamine. Las colecciones llevadas a cabo por De Jussieu en 1739 en Zaruma de “gran número de ejemplares” llegaron finalmente a Paris. De Jussieu observó diferentes especies, determinó sus “virtudes” relativas, descubrió métodos engañosos y antieconómicos de recolección, y preparó cierta cantidad de “extracto” de quina, que esperaba fuese más eficaz que el fabricado a partir de la corteza en Francia.

Otros naturalistas como: José Celestino Mutis, Hipólito Ruiz, continuaron estudiando las diferentes especies y variedades de quina que crecían en diferentes zonas climáticas del Virreinato de Perú; sin embargo, los quinos (cascarilla fina de Loja y cascarilla colorada) que mayor interés medicinal tenían eran los que crecían en los territorios de la Audiencia de Quito. La Cinchona colorada, que se encontró en la Audiencia de Quito en 1785-1786, constituye un buen ejemplo de la economía del comercio de la quina. Los recolectores que la trajeron por primera vez a Guayaquil tenían poca confianza en sus virtudes, y la vendieron casi regalada, y los comerciantes que la llevaron de allí a Lima estaban igualmente dudosos. Pero cuando algunos cajones llegaron a Cádiz, no había casualmente ningún escéptico presente, y los comerciantes ingleses pagaron el buen precio de sesenta reales de vellón por libra. Cuando esa noticia llegó a los mercaderes de Guayaquil y Lima, se apresuraron a obtener más Cinchona colorada; ahora rivalizaba con la Cinchona fina de Loja, aun a los ojos de algunos médicos españoles. En 1802 Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland durante su llegada a la Audiencia de Quito continuaron recolectando quina, Humboldt comparó sus propios ejemplares con los de La Condamine recogidos en el mismo lugar sesenta años más tardes.

Tiempo después en 1834 el gobierno francés envió a dos científicos a Bolivia para estudiar los quinos. Uno de ellos, H. W. Weddell, además de publicar la Histoire naturelle des quinquinas en 1849, y dar a conocer la Cinchona calisaya, llevó algunas semillas de calisaya a Francia e Inglaterra. De ellas se entregó una planta joven al gobierno holandés, que se trasplantó con éxito en Java. Despertando su entusiasmo, las autoridades holandesas enviaron al superintendente del jardín botánico de Java, Justus Charles Hasskarl, a Bolivia en 1852, bajo el seudónimo de J. D. Müller. El holandés consiguió reunir con cautela al menos cuatrocientas plantitas de calisaya en la tierra de nadie de Carabaya, a lo largo de la frontera entre Perú y Bolivia. Empaquetándolas en balas pequeñas parecidas a las de lana, las llevó a la costa y las embarcó en una fragata holandesa que había sido puesta a su disposición, en la cual partió para Java. Sin embargo, no sólo murieron la mayoría de los árboles en el camino, sino que además Hasskarl sabía poco de quinos. Eligió el lugar indebido para una plantación y en 1856 había perdido su empleo. Aunque su sucesor pudo trasplantar los árboles, y crió un millón más hasta 1860 a partir de semillas traídas por Hasskarl, muy pocos resultaron ser calisaya, y de hecho apenas había en ellos algo de quinina. Los mejores ejemplares eran vástagos del árbol de Weddell, pero estos no eran robustos y solo tenían la mitad del contenido de quinina de la verdadera corteza boliviana de calisaya. Los plantadores particulares no tenían interés en los quinos, y nada tiene de extraño: el café, el té y el azúcar ocupaban su atención.

A continuación, le llegó a Inglaterra el turno de hacer experimentos. Los ingleses hicieron un intento directo pidiendo a sus cónsules sudamericanos en 1852 que consiguieran plantas y semillas, pero sólo Ecuador lo hizo así, y ninguna de las plantas sobrevivió. Como consecuencia en 1859 Claments Markham, que después sería nombrado Sir y conocido como historiador y hombre de letras, dirigió una expedición a Bolivia. No se le permitió penetrar en el país, y se conformó con ejemplares de Carabaya, como había hecho Hasskarl, y tuvo también que eludir a las autoridades locales en un agotador y frio viaje cruzando las montañas hasta la costa. Pero el gobierno inglés, a diferencia del holandés, no le dio a Markham una nave, y cuando logró llegar con las plantas a la India, todas excepto dos de las 237 calisayas habían perecido.

Inglaterra, sin embargo, no puso toda su confianza en la corteza de calisaya. Un tal Mr. Pritchett trabajó activamente en los antiguos territorios de Ruiz y Pavón en 1861, talando árboles para recoger semillas y recolectando plantas jóvenes de tres especies peruanas. Las semillas germinaron al fin en los jardines botánicos de Kew, Jamaica y Ceilán, pero eran deficientes en contenido de quinina. Los ingleses se convencieron de que su mejor esperanza era la quina roja (C. succirubra) del Ecuador. Poco antes de la llegada de Markham, el gobierno contrató al botánico independiente Richard Spruce, que había estado recolectando ejemplares de plantas sudamericanas durante una década, para que hiciese el arduo viaje al Ecuador para proporcionarle a Markham árboles y semillas. Aunque Spruce quedó paralítico, tuvo éxito, y al cabo de cinco años crecían en el sur de la India y en Ceilán cerca de un millón de árboles de la rústica especie roja. Inglaterra pudo incluso proporcionar arboles a la vacilante industria de Java. Las halagüeñas perspectivas se veían empañadas, sin embargo, por el innegable hecho de que la quina roja, como las especies peruanas, producían menos quinina que la delicada calisaya. Era no obstante útil si se administraba en dosis mayores que la calisaya, y de hecho era más fácil de elaborar. Su futuro como una “quinina de pobre” animó por tanto al gobierno inglés a establecer una factoría en Madrás, a iniciar plantaciones en diversas partes del Imperio, y a proporcionar semillas a otras potencias coloniales europeas.

Entretanto, la parte más espectacular de la historia empezaba a desarrollarse en Sudamérica. Charles Ledger había sido allí comerciante en lana de alpaca y corteza de quina desde 1836. De cuando en cuando intentaba encontrar la verdadera calisaya, con la ayuda de un fiel criado indio. Manuel Incra Mamani, pero sin éxito. De hecho, en dos ocasiones un colaborador fue asesinado, el segundo mientras intentaba conseguir semillas para venderle a Markham. Entonces, en 1865, Manuel apareció en Tacna después de un peligroso y secreto viaje de mil trescientos kilómetros, llevando ocho kilos de semilla de ejemplares destacados de calisaya. Cuando el criado regresó a Bolivia fue torturado y murió, pero Ledger envió las semillas a su hermano George en Londres. Como George no pudo interesar al gobierno inglés para que las comprase, recurrió a los holandeses. Al fin aceptaron medio kilo como prueba, y George malvendió el resto a un escéptico plantador de quinos de la India que estaba de vacaciones llamado Mr. Money. Consiguió endosárselo a la British Indian Chinchona Plantation, pero de algún modo las semillas en manos inglesas no llegaron a germinar.

Por fortuna, sin embargo, una pequeña parte del medio kilo adquirido por los holandeses germinó para producir 20000 plantas. En 1872 un químico holandés descubrió que la corteza era más rica en quinina que ninguna de las conocidas hasta entonces, rindiendo de tres a cuatro veces el contenido de la corteza americana típica. Con el tiempo se descubrió como una nueva especie, Cinchona ledgeriana, próxima a C. calisaya. Para evitar que C. ledgeriana se hibridase y estropease por proximidad a otra especie, el gobierno holandés la aisló y gradualmente se deshizo de las demás especies. Con el éxito al fin próximo, y un precio de C. ledgeriana casi seis veces superior al de la roja, los plantadores particulares empezaron a hacerse cargo del cultivo, aunque el gobierno mantuvo el control de la semilla. C. ledgeriana resultó ser un árbol difícil de cultivar, y en la India fue un fracaso. Pero las condiciones eran excelentes en Java; Ámsterdam se convirtió en la capital de la quinina; las exportaciones de Sudamérica descendieron desde nueve millones de kilo en 1881 hasta dos millones en 1884; los plantadores ingleses de la India sustituyeron buena parte de sus quinos por té.

El resto es una complicada historia de un monopolio internacional (llamado finalmente Kina Bureau), precios manipulados y producción limitada. Incluso la mayor parte de los productores sudamericanos quedaron bajo la autoridad del Bureau, excepto algunas extensiones reservadas en el Perú por una compañía rival japonesa con bajos precios, que al fin perdió sus propiedades en 1937. Estados Unidos intentó promover en distintas ocasiones la producción de quina en Haití, Guatemala, Puerto Rico, las Filipinas y Costa Rica. Durante la Segunda Guerra Mundial, hasta que se comprobó la eficacia del sucedáneo sintético, la atabrina, las misiones estadounidenses recorrían Ecuador, Colombia, Perú y Bolivia en busca de corteza.

En 1944 dos químicos americanos consiguieron la síntesis artificial de la quinina, pero el proceso era demasiado caro para que se pudiese producir la droga a escala comercial. Sin embargo, se habían descubiertos otros productos sintéticos, además de la atabrina, tan eficaces contra la malaria como la quinina. La Organización Mundial de la Salud se encuentra actualmente desarrollando un programa para erradiar la malaria en el mundo para 1968, a través de altas campañas de fumigación financiadas por los gobiernos de la áreas infectadas. En tales circunstancias, la quinina y los productos sintéticos se consideran de más valor en las etapas finales del programa, para eliminar los últimos focos restantes de infección.


Texto extraído del libro: Flowers Flora of Peru; autor Robert R. Steele,Nort Carolina 1964.